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Óscar de Buen López, el señor de las estructuras de la CDMX

Óscar de Buen, fallecido el pasado 10 junio, platicó con Obras en 2016 a propósito del Premio Obra del Año a la Trayectoria con el que fue reconocido. Dijo que pocos eligen la ingeniería civil porque es una profesión que "no está de moda".
mar 12 junio 2018 09:25 AM
ósacar de buen 2
ósacar de buen 2 - (Foto: Pepe Escárpita)

Nota del editor: Este contenido se publicó originalmente en la edición Obra del Año, correspondiente a septiembre de 2016. Obras reconoció ese año al ingeniero Óscar de Buen con el Premio Obra del Año a la Trayectoria.

 

Sobre su escritorio, un manual de diseño sísmico, un reloj, un teléfono, un vaso de coca. Ahí mismo, pero echo a un lado, el teclado de una computadora y el monitor en el otro extremo. Es la 1 de la tarde en punto.

Desde la oficina mira el fluir de los autos y las personas en la glorieta de la Cibeles, evocación de la madre patria que dejó en los años 30 del siglo pasado.

"Van a tener que soportar el calor", advierte. Los estragos de la polio que se manifestó cuando él era muy joven, sin ser un obstáculo, le demanda estar en espacios cálidos, como ahora lo es su oficina.

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Torrre BBVA Bancomer. Foto. Israel P. Vega

Autor del cálculo estructural de edificios como el Auditorio Nacional, el Palacio de los Deportes, el Museo de Antropología, el Estadio Azteca, la Basílica de Guadalupe, la Torre Ejecutiva Pemex, la Universidad Iberoamericana, el Four Seasons y la recién inaugurada Torre BBVA Bancomer, sin pasar por alto obras de ingeniería civil como el Circuito Interior, el ingeniero Óscar de Buen López de Heredia admite el reto de definirse a sí mismo.

"El ingeniero De Buen hoy es un viejo de 91 años, fregado, porque tuvo un accidente que no le permite desarrollar muchas de sus actividades, pero que todavía, afortunada o desgraciadamente, no sé, tiene una cabeza que le funciona bien", dice a rajatabla.

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No miente. Es lúcido, pesimista, cuestionador, crítico, y muy observador, con la gran ventaja que otorga la experiencia y el conocimiento acumulado a lo largo de más de nueve décadas, en las que como una buena fortuna, no ha conocido el tedio en su profesión.

"Me gusta la variedad de cosas; no es lo mismo un edificio de tales características que una cubierta para un gimnasio, o el Auditorio Nacional o la Basílica de Guadalupe. Cada uno es un problema distinto que obliga a pensar y desarrollar soluciones para ese problema. No se aburre uno", expresa. Con todas las obras acumuladas, sus ojos se abren y brillan aún más cuando piensa en aquello que todavía le gustaría hacer.

"¿Qué me gustaría?, pues un edificio de 100 pisos, vamos a decir de 70 para no ser tan avariciosos, o un puente de dos kilómetros de claro". Como si se hubiera otorgado una licencia de más, enseguida impone el pesimismo que también lo define: "Claro que nunca lo voy a hacer, ninguno de los dos".

Basílica de Guadalupe.

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A De Buen le tocó la época dorada como estructurista. A mediados del siglo pasado México se construía, y él era el hombre de las estructuras, ésas que hacen que tome forma el dibujo arquitectónico, pero que muy pocos tienen la conciencia de que existen.

"Casi nadie sabe quién proyectó la estructura, mucha gente sabe quién es el arquitecto. Es más, mucha gente no sabe que hay una estructura", y para que se construya "hace falta tener al menos unos elementos verticales y horizontales, unos sobre otros, que puedan recibir las cargas, el peso propio del edificio, el nuestro, el de los muebles, y luego los efectos de los temblores", explica con paciencia.

El humor, muchas veces negro, permea la conversación, y no es ajeno a su concepción en torno a la relación que algunos ven como rivalidad entre ingenieros y arquitectos.

"Alguna vez leí en un libro que el arquitecto en su relación con el ingeniero estructural siempre tiene ventaja, porque si el ingeniero ve un proyecto que no le parece, el arquitecto siempre puede buscar otro ingeniero que sea mejor y que pueda resolver el problema, o que sea tan bruto que ni siquiera se dé cuenta del lío en el que se está metiendo", recuerda.

El Museo Nacional de Antropología e Historia.

Para De Buen, quien ha llegado al inicio del siglo XXI para testificar los cambios en su quehacer, la explicación de las nuevas dinámicas radica en que "hoy el inversor es otro, que generalmente no es mexicano, y tiene su derecho de imponer gente y demás, entonces la ingeniería estructural mexicana se está devaluando un poco, o un bastante".

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Atribuye la situación actual a que hoy su profesión "no está de moda, tiene mucho trabajo, mucha responsabilidad", hay mucha oferta de ingenierías en informática, computación, existe la civil, pero son pocos quienes la eligen y menos los que se especializan en la parte estructural, "lo cual debería ser una ventaja porque al haber menos gente debería de subir el costo, pero hasta ahora no ha sucedido".

De Buen piensa que el problema de fondo es que a veces los profesores no saben enseñar matemáticas, y "se las hacen odiosas a la mayor parte de la gente".

Prueba superada

Piensa que los retos que le impuso el Auditorio Nacional al inicio de su carrera, obra que tenía varias complejidades estructurales, entre éstas, un arco con un enorme claro, "le quitó un poco de chiste a las que vinieron después".

Con nostalgia, recuerda un edificio de 18 pisos en la glorieta de Colón, "entonces el diseño para el temblor era mucho más fácil que ahora"; esa obra resistió los temblores de 1957 y 1985, pero "al revés que Felipe II, que cuando mandó la armada invencible dijo 'Yo la mandé a combatir contra los hombres, no contra los elementos', aquí pasó al revés, la construimos contra los elementos y la tiraron los hombres", expresa.

Estadio Azteca.

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Desde su oficina son visibles las nuevas torres de avenida Reforma, entre estas Torre Mayor, BBVA Bancomer —en la que participó junto con la firma global Arup— y Torre Reforma, entonces piensa: "La estructura ideal debe ser una que responda adecuadamente a las cargas y a otro tipo de acciones que debe resistir, cumpliendo con condiciones adecuadas de seguridad y de economía, y economía no quiere decir que cueste poco; que cueste lo que debe costar".

El ingeniero De Buen podría dejar de trabajar, pero todos los martes y jueves llega a la oficina a atender pendientes, "si de repente me quedase una cantidad enorme de tiempo en las manos, no sabría qué hacer", comenta. Aunque disfruta de la lectura confiesa: "No soy para estarme leyendo novelas todo el día, y me gusta lo que hago".

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Del tema ineludible cuando se ha entrado en la recta para cumplir el siglo de vida, expresa: "Una de las cosas que no me gusta de morirme es que me voy a quedar a medias de muchas cosas. El pasado, medio falsificado ahí está, se puede saber más o menos lo que pasó. Pero lo otro es como si en el momento culminante de estar leyendo una novela de misterio, le robasen a uno el libro; qué pasó, pues quién sabe".

Auditorio Nacional. Fotos: iStock by Getty Images

Aunque no le interesa imaginar cómo será recordado, menciona: "Supongo que me recordarán bien porque en general no he fregado a nadie, por lo menos conscientemente".

 

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